MISHIMA Y EL ARTE DEL SUICIDIO RITUAL

“Quiero hacer de mi vida un poema”

 

Por Chiara San Inn

Como todos los grandes intelectuales del siglo XX, Yukio Mishima, vive e interpreta la llegada de la modernidad que engulle a lo tradicional, procurando destripar lo que ocurre en la nueva época que se abierto con los boquetes dejados por la Segunda Guerra Mundial. En su caso ocupándose de su amado Japón que se había fundido en un abrazo mortal con los regimenes nazi-fascistas de Alemania e Italia, cuando el Emperador de Japón era el Sol que alumbraba a su pueblo. Tras la capitulación del Japón imperial, el Emperador anunció a sus súbditos que no era un dios sino otro ser humano más, algo que llevó al suicidio de varias personas. Curiosamente Mishima era el escritor más occidentalizado de la isla; curiosamente porque estaba anclado a las tradiciones nipónicas de manera marcada, algo que le llevó a practicar la truculenta ceremonia del seppuku, el suicidio ritual japonés, cuando vio que no había vuelta atrás, pues el pasado con sus rituales ancestrales había desaparecido para siempre y la sociedad impregnada de los nuevos modos de vida occidentales era cada vez más corrupta.

Su escritura fluida y extraordinariamente rica de matices tanto violentos como suaves le permitía llegar a profundidades magmáticas, donde la belleza literaria ahonda en la naturaleza más delicada y/o salvaje vertiendo sus líquidos en corrientes sangrientas, atrapando a quienes penetran sus páginas.

Mishima, al igual que Isao el protagonista de su Caballos desbocados, segundo libro de su testamento ideológico la tetralogía El mar de la fertilidad, anhelaban una vuelta al Japón atávico que acabó desintegrándose con las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.

Sin lugar a duda era consecuente con sus escritos, él de verdad perseguía con el ejemplo la vuelta a esos valores, pero los tiempos habían cambiado, la casta de los samurai que protegió al Celeste Emperador ya no existía en ese 25 de noviembre de 1970, día en que Mishima, junto con otros cuatro miembros de la Tatenokai, milicia de estudiantes de extrema derecha fundado por él mismo, practicaron el terrible seppuku. Ese día iban los cinco a visitar al comandante del campamento Ichigaya. Entre todos consiguieron inmovilizarle y Mishima salió del balcón para inspirar a los soldados a movilizarse para dar un golpe de Estado que devolviera al Emperador de Japón a su lugar legítimo. La Constitución de Japón de 1945, nacida de las cenizas del Estado tras la Segunda Guerra Mundial, dejaba al emperador en un segundo plano, tratándose solamente de una figura ceremonial y de representación.

Sin embargo no le escucharon y cuando regresó al despacho del comandante llevó a cabo su seppuku. La tradición era que quién iba a practicarse el seppuku o el harakiri elegía a una persona para que la decapitara, ya que el rito resultaba demasiado doloroso. El elegido era Masakatsu Morita, su joven amante, quién trató de decapitar a Mishima, pero después de varios intentos no fue capaz, por lo que la tarea fue asignada a Hiroyasu Koga. Después de la muerte de Mishima, Morita realizó también su seppuku y fue decapitado por Koga. El suyo fue el primer hara kiri después de la segunda guerra mundial.

El resultado del seppuku, no era ni elegante ni bello, pues había que descuartizarse la barriga de parte a parte y luego clavarse esa misma espada en el cuello hasta atravesarlo por completo; es algo increíblemente violento y que nos resulta incomprensible, pero hubo un época en que las convicciones eran tan fuertes que era un honor morir de esa manera. Quién lo practicaba contaba con el apoyo de personas que pudieran ayudarle para llevar a cabo esa acción, a veces la familia, a veces amigos, quién se prestaba a realizar el suicidio ritual no solía estar solo. Es un universo que los occidentales no podemos entender. Por mucho que se busque un trastorno de la personalidad, el seppuku era mucho más, conllevaba una fe inquebrantable en los ideales. Aunque la psicología pueda definir el gesto de Mishima que se realiza el seppuku frente a las cámaras a manera de protesta, un trastorno histriónico – narcisista, fue su gesto extremo ante tanta inmovilidad, no fue fruto de un impulso incontrolado, sino el punto final de un proyecto planeado a lo largo de los años.

Lo cierto es que antes de morir el escritor tenía un tremendo sentimiento de fracaso que resumió en una frase: “No me entendieron”.

La fascinación por este escritor genial, a menudo a un paso de conseguir el Nobel por la literatura, llevó en 1986 al director norteamericano Paul Schrader  a rodar una película sobre la historia de Yukio Mishima, producida por George Lucas y Francis Ford Coppola. Y en 2004 se publicaba la correspondencia entre él y su mentor y que sí se llevó el Nobel: Yasunari Kawabata. Discípulo y  maestro vivieron la vida de forma muy diferente.

 

 

 

 

 

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